Iglesias Patrimoniales de Santiago

Iglesia Santo Domingo

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Relato en Lengua de Señas Chilenas

La Iglesia de Santo Domingo emerge como un testigo venerable de la historia y la fe en la ciudad de Santiago a lo largo de los siglos, arraigándose en los primeros días de la Colonia, aunque el templo actual que contemplamos se emplazó en el siglo XIX.

Con un estilo neoclásico típico de finales del siglo XVIII, este templo ostenta una forma alargada y rectangular, dividida en tres espacios o naves, donde la central predomina en amplitud sobre las laterales, separadas por columnas que forman arcos semicirculares. Un pasillo similar, ubicado detrás del altar, junto con otro espacio que cruza el templo de oriente a poniente, confiere al edificio la forma de una cruz.

En su fachada, flanqueada por imponentes torres, se destacan esculturas en honor a destacados devotos de la orden dominica, como el Papa Pío V, Santa Catalina de Siena, Santo Tomás de Aquino y Santa Rosa de Lima. Al centro, las figuras de San Francisco de Asís, la Virgen del Rosario y Domingo de Guzmán, fundador de la orden, adornan la entrada principal.

Notables contrafuertes refuerzan los muros laterales, una característica arquitectónica destinada a contrarrestar el peso de los arcos y el techo.

La piedra blanca que constituye la estructura proviene del Cerro Blanco, donde Inés de Suárez estableció una capilla primitiva que luego sería cedida a los dominicos. Este material también fue empleado en la construcción de los pilares del Puente de Cal y Canto y los cimientos del Palacio de La Moneda, marcando así una conexión histórica significativa.

El diseño de la iglesia, a cargo de Joaquín Toesca, coincide con su participación en la construcción de la sede del gobierno chileno, reflejando la importancia de ambos edificios en la historia arquitectónica del país.

A lo largo de su existencia, la Iglesia de Santo Domingo ha sobrevivido a varios desafíos, incluidos incendios y terremotos, siendo reconstruida en varias ocasiones. A pesar de ello, sigue en pie como un símbolo de la fe y la perseverancia de la comunidad dominica en Chile, cuya labor trasciende lo religioso, abarcando también la educación y la cultura.

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